¡Hace un año que ya no te puedo abrazar!

Hace un año, viví lo peor que me podía pasar, “mi hijo se murió”, repetía a cada persona que se me acercaba, creo que quería convencerme a mí misma de lo que estaba ocurriendo.

Recuerdo a veces decir: “si mis hijos murieran yo no resistiría, me moriría”, y he escuchado a muchas madres decir lo mismo. 

El “problema” por llamarlo de alguna manera, es que no te mueres, la vida continúa, queramos o no.  Me resistía a vivir sin la presencia física de mi hijo. Mi chiquito, mi niño, la luz de mis ojos, sonreía cada vez que entraba por mi puerta. 

Cómo le pudo pasar esto a él, me pregunté por mucho tiempo; un ser humano hermoso, leal, alegre, compasivo, generoso, humilde. Un hermano amoroso y cómplice, amigo incondicional … Pasaron muchos meses hasta que me acostumbré, a que cuando sonaba la puerta no era él, que mi hijo ya no estaba.

No había podido escribir al respecto, decidí compartir con ustedes el aprendizaje que he tenido sobre este evento, por si a alguien le sirva saber de mi historia:

El año anterior en el que viví la enfermedad y el fallecimiento repentino de mi hijo menor, entendí que cuando en la vida tienen que ocurrir las cosas, simplemente ocurren, que nada está bajo nuestro control. Entendí que hacemos nuestra parte, damos todo de nosotras; amor, tiempo, recursos, paciencia, cuidados, presencia… y al final es la Vida quien “decide”.

Entendí que “las cosas pasan, no me pasan”, que la “Vida es lo que es”, y que el significado y la interpretación que le damos a cada evento que nos sucede, se lo agregamos nosotras desde nuestros pensamientos, sentimientos y juicios personales.

He escuchado mucho esa frase que dice “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”, he sufrido mucho, he llorado tanto, me he cuestionado muchas veces si estoy reprimiendo mi dolor por no llorar más y a veces hasta sentirme culpable por sonreír y disfrutar momentos lindos.

Entendí lo que quiere decir esa frase, la vivo.  No trato de que mi dolor se extinga, es parte de mi experiencia humana, todas nos sentimos tristes, felices, estresadas, frustradas, alegres, etc.  siento todo eso, solo que ahora se sumó a todas esas emociones una llamada “extraño a mi hijo”. 

Entiendo que el sufrimiento es opcional, porque como todas las emociones son creadas desde nuestro pensamiento y puedo reconocer mis momentos de bajo estado de ánimo que me llevan a llenarme de recuerdos tristes, de culpa, de lamentación, de frustración y claro, está en mí decidir quedarme en ese ruido mental, tratar de cambiarlo o aceptarlo como lo que es: una situación que como muchas otras me han tocado vivir, solo que esta me “rompe el corazón”.

Tengo la certeza de que el alma de mi pequeño, que hoy tuviera 25 años, donde quiera que esté, está gozando de una paz y felicidad infinita que mi cerebro humano ni siquiera puede imaginar. Por eso, también entendí que si sufro, no es por él, es por mí, sufro por esa madre que se quedó sin su hijo y lo extraña mucho.

Reconozco que mi esencia es de bienestar, la siento, sé que es mi base emocional y que todas las otras emociones solo se superponen a esa plenitud que soy (por explicarlo de alguna forma). Sé que siempre puedo regresar a ese estado de bienestar, vivo la tristeza desde ahí, desde un lugar más amable que he aprendido a reconocer en mí desde que inicié mi camino espiritual con el coaching de transformación.

Entendí que estaba creando carencia en mi corazón dándole atención a lo que sentía me faltaba y no estaba siendo consciente de todo lo que tengo ahora; mi hermosa hija, que ha sido un apoyo de amor incondicional, acompañándome, abrazándome desde su tristeza, diciéndome que todo está bien, mi familia, los seres que me quieren, mis maestras y mis colegas.

Entendí que la vida continúa y que por muy doloroso que sea un evento podemos vivirlo tristes, alegres, llorando, riendo, bailando, sin culpa, con la certeza de que damos siempre lo mejor de nosotras y que los seres que amamos y ya no podemos abrazar seguirán siempre en nuestros corazones, que esa conexión nunca se pierde, porque el amor verdadero nunca se extingue, los extrañaremos siempre recordando lo mejor de ellos, todo lo que nos dieron y nos siguen dando.

Es difícil medir nuestras emociones, no te puedo decir que me siento menos triste con el entendimiento que he tenido hasta ahora respecto a que mi hijo físicamente ya no esté conmigo, lo que sí te puede afirmar es que valoro cada segundo de esos 25 años, que Dios me bendijo con la presencia de mi hijo.

Esta es la historia de una madre que perdió a un hijo, soy un testimonio de que, a pesar de vivir experiencias difíciles, las que muchas veces pensamos no vamos a poder sostener, tenemos la capacidad de hacerlo, somos seres resilientes, todas contamos con ese recurso interno, nada nos puede “romper”.  Me siento más fuerte pensando que si he podido vivir la ausencia de mi hijo, no hay nada que no pueda sobrellevar.  

Si estás viviendo la pérdida de un ser querido y deseas entender tu momento, estaré gustosa de compartir contigo mi resiliencia, mi fortaleza, mi intuición, mi entendimiento de vida, todo lo que me ha servido para seguir adelante, valorar lo que sí tengo, lo bendecida que soy de poder ayudar a otras mujeres a vivir el dolor sin culpa ni amargura.

PD: Cada noche le pido a Dios que me haga soñar con mi hijo, Germy Javier, para sentir por lo menos abrazarlo en mis sueños.

Scroll al inicio