Como la mayoría, he experimentado el machismo muy de cerca. Desde mensajes que mi abuela decía muy sutilmente: “las mujeres deben atender primero a sus maridos”, “hay que estar arreglada, tener la casa lista y sonreír cuando el marido llegue”. Recuerdo las palabras de mi padre: “Tienen que estudiar y ser profesionales para que no dependan nunca de ningún hombre” y más adulta escucharlo decir contradictoriamente: “yo quisiera que tu hermano se haga cargo de la dirección de la empresa, esta industria es de hombres”.
Y así podría llenar muchas páginas de estos mensajes que me crearon creencias sobre cómo supuestamente debería manejar mis relaciones de pareja, lo que debía decirles a mi hijo y a mi hija, la actitud hacia mis empleados, a mis amigos, todo tan esquematizado desde la idea de que: “Las mujeres no pueden…, las mujeres son el sexo débil, las divorciadas son así, las mamás son las que se encargan de la casa y de los niños, las gerentes se comportan de tal manera… “
Ahora que han pasado los años, el camino del coaching de transformación me ha enseñado a reconocer mis creencias como lo que son, solo eso, ideas aprendidas, preconcebidas, pensamientos personales pasados de generación en generación, que cuando los entiendes y ves de dónde nacen dejan de tener relevancia, dejan de ser “verdades” que nos confunden y limitan.
A pesar de entender esto, me impacta y sigo reconciendo el poder de nuestras creencias. En este caso he querido tomar como ejemplo mis creencias hacia el machismo y lo que socialmente la mujer debe ser. Por eso hablo del “temor al machismo” que a veces siento que persiste en mi. Que sigue influyendo de alguna manera en mi forma de pensar, que sin darme cuenta, aflora en algunas de mis decisiones, acciones, conversaciones. Siento que está tan arraigado en mi que muchas veces me pone a la defensiva y no me permite abrirme a escuchar al otro desde un espacio neutral, sino que lo hago con el temor de que si me muestro complaciente, esto se pueda interpretar como una actitud sumisa o la idea de ser una mujer que se puede llegar a controlar o a cambiar.
Estos pensamientos muchas veces de forma inconsciente sabotean mis relaciones, creándome juicios de que si estoy comportándome como la mujer que soy o como la que debería ser, para ser amada, aceptada y no criticada.
Me di cuenta que estas creencias crean un conflicto en mi. Contraponen mis ganas de ser emocionalmente independiente y mi forma de pensar y amar, con lo que los hombres esperan de mi como mujer.
Tenemos la capacidad de darnos cuenta como nuestras creencias influyen en nuestra vida, y a partir de esto elegir tomar la actitud de explorar, de dudar de la validez de las ideas que hemos dado por ciertas hasta ahora. Volver a reflexionar acerca de esto me causa emoción, porque tengo la certeza de que así se han dado los cambios en mi vida. Cuando me permito abrirme y poner en duda mis creencias, sé que está en mi tomar una posición diferente ante esto.
Te invito a que exploremos juntas esas creencias que sabotean tu felicidad para reconocerlas y que puedas tomar decisiones desde tu claridad. No permitas que tus creencias incidan en tu bienestar; está en ti mirarlas de cerca y saber que es una opción mantenerlas o desecharlas.